Los pájaros

Acuérdate que el perro también come. Eso fue lo último que dijo antes de marcharse para siempre. El perro, Edgar, un salchicha enano, no come. Simplemente no tiene apetito.  O tal vez no le gusta la marca de jamón que le sirvo por las mañanas en el tazón que antes solía estar repleto de alimento orgánico para razas pequeñas.

Edgar no es precisamente el mejor compañero. Pasa todos los días echado en el sillón con la cabeza metida entre las patas. A veces se tira frente a la puerta de entrada escuchando atento los pasos de las personas que caminan fuera. Otras veces se sienta por horas cerca de la gran ventana de la cocina para sentir la brisa en su cuerpo. Si por mí fuera, ese perro se llamaría Pancho o Rocky o algo menos desconcertante que Edgar. Aunque en realidad, si por mí fuera, ese perro nunca se habría quedado en este departamento. Pero ya no importa porque las cosas son como son y ahora él y yo somos la única compañía que tenemos.

Por tercera vez esta semana he quemado el pan en el tostador. Me siento en la mesa viendo al vacío pensando en otro lugar. Un lugar lejano menos denso que este. Más luminoso, fresco. Pienso en las nubes, en los pájaros. En los pájaros que cantan antes del amanecer y en la ausencia de los pájaros cuando cae el sol. En la lluvia, la nieve, el lodo. En las huellas marcadas en el lodo. En los árboles erguidos en un bosque sereno. En las mañanas frescas de invierno. En cómo me gusta manejar de noche por las afueras de la ciudad. El olor a quemado comienza a esparcirse rápidamente y un delicado hilo de humo se eleva desde el electrodoméstico dispersándose por la habitación. El pan chamuscado me trae de vuelta a este lugar tan solo para terminar bebiendo un solitario café mientras pienso que debería dar en adopción al perro.

No sé si él lo sabe o lo intuye, pero cuando me mira a los ojos evito esas esferas cristalinas y tristes porque no sé cómo decirle que no sé cuidar de él. Que debería comenzar por despertar temprano, dejar de fumar, sacar la basura que llena de moscas la casa, bañarme, levantar las cosas que voy dejando tiradas por todas partes, regar las plantas, lavar la ropa sucia, beber más agua, salir a caminar, alimentarlo con comida para perro y no con embutidos que van a terminar con su corazón. Que debería comenzar a mostrar por otros un poco del interés que hasta ahora solo he tenido por mí. Aunque quizá nunca lo haga. Tal vez ella lo sabía y por eso decidió dejarme solo con Edgar.

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